Desde las terrazas abiertas
a la mañana la mirada perdida
de las horas se detiene
en el azul interrumpido
por el malabarismo de un vuelo
que acrobata ondulado
el espacio altísimo piruetado de alas
que barren, al unísono, el aire.
Las palomas celebran a coro
simulacro de marea
ese ir y venir acompasado
contra el fondo de un cielo
que ya no las espera.
Como no se espera lo pasado, lo que fue,
su efímera grandeza, su alianza necesaria,
la salvación atada a sus extremidades cual secreto.
La vida o la muerte atadas a sus picos.

Desde las terrazas cercanas
a las manos se las ve acercarse
indiferentes como el tiempo,
atusándonse las alas en el centro mismo
del instante quieto en que,
posadas y tan suyas, fingen un temor
que picotean como migas de pan
y de desdén.
Zurean impasibles melodías.
Ellas, las palomas, las sempiternas viajeras
de lo humano.

Margarita Santana

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